La mayoría de edad muchas veces se percibe como un hito que otorga las facultades para enfrentar la vida adulta. Sin embargo, ese momento es una referencia oficial y no siempre coincide con el nivel de desarrollo piscológico y social de cada persona ya que se involucran factores culturales, socieconómicos y neurobiológicos.
Al retraso del paso a la adultez se le ha llamado “adultez emergente” (emerging adulthood) por Jeffrey Arnett. Dicho investigador postula que la edad adulta emergente no es ni adolescencia ni edad adulta, sino más bien un período de tiempo distintivo y crítico que en promedio finaliza a los 25 años pero que a veces se extiende hasta los 29 años de edad [1]. Este período se caracteriza porque los jóvenes se sienten entre adolescentes y adultos, continúan explorando su identidad en áreas como las relaciones, las carreras y las creencias; también incursionan en nuevos roles sociales y experimentan inestabilidad en el amor, en el trabajo y en el lugar de residencia, pero sin perder la idea optimista sobre las oportunidades incomparables para transformar sus vidas.
En términos generales la transición a la adultez es una etapa compleja que plantea una serie de retos e incluso consideraciones legales para cualquier persona pero que se agudiza para personas autistas y sus cuidadores. Uno de los aspectos más complejos es que se desintegra la compleja red de servicios y apoyos que alguna vez fueron coordinados y proporcionados por fuentes externas, como escuelas y profesionales de la salud [3]. Cuando las fuentes de apoyo pierden su estructura y coordinación es más complicado que la persona siga un camino que satisfaga las necesidades financieras, de vivienda, emocionales, sociales y médicas; incluso los desafíos que enfrentan los adultos emergentes autistas pueden afectar el desarrollo de la autoestima, la autoidentidad y los resultados adultos [4].
Si bien no todas las personas atraviesan la adultez emergente, las características propias del autismo contribuyen a un pronunciado desfase entre la mayoría de edad y el inicio de la etapa adulta. Por tal motivo, deben de realizarse consideraciones para un plan de transición que abarque:
1. Mecanismos legales que protejan los intereses del individuo autista.
2. Capacidad
3. Necesidad de apoyos
Economía
Vivienda
Educación
Transporte
Cuidado médico, dental y mental
4. Apoyos sociales
5. Red de apoyo para la toma de decisiones
Aunque tanto los desafíos estructurales como los individuales prevalecen durante la transición a la edad adulta, muchos adultos autistas emergentes también muestran signos de resiliencia a medida que establecen conexiones sociales, construyen una nueva identidad social y aceptan su identidad durante este período. De hecho, un estudio efectuado en 2019[5] informó que la experiencia de transición permite un crecimiento personal y tener una perspectiva más positiva de las circunstancias, lo que indica que esta etapa puede traer beneficios de desarrollo personal no vistos en la infancia y adolescencia cuando se tiene menos empoderamiento para establecer una postura, preferencias, límites e intereses. Incluso se descubrió que muchos adultos emergentes autistas percibieron la transición a la edad adulta como una oportunidad para desarrollar una nueva identidad social y ganar autonomía al emplear el autismo como una parte central de su identidad.
REFERENCIAS
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