Uno de los estigmas más comunes y persistentes en el mundo educativo es considerar que los tipos de cerebros que funcionan fuera del parámetro de la normalidad están enfermos. Por eso, los estudiantes con problemas de salud mental y con problemas de aprendizaje son los que manifiestan más dificultades o un rechazo específico a identificarse como tales [1]. Para cambiar este enfoque, a través del concepto y movimiento de la neurodiversidad, se pretende crear más conciencia sobre la idea de que no hay una manera única de funcionamiento del cerebro (leer más en ¿Quién es neurodivergente?).
Las neurominorías o grupos de personas que difieren de la mayoría de la población en términos de comportamiento y forma de funcionamiento mental, enfrentan desafíos específicos a cada condición. En el caso del autismo, el reto principal es el psicosocial, debido a las dificultades de comunicación e interacción social, así como comportamientos repetitivos e intereses restringidos, provocando que se tenga una forma particular para percibir y procesar la información.
Contrario a la creencia popular, un cerebro diferente no necesariamente tiene afectaciones en la inteligencia, de hecho, los cerebros neurodivergentes tienen preservadas sus capacidades intelectuales y sistemas de procesamiento de información; aunque lo cierto es que, como en el caso del autismo, la ruta de aprendizaje si puede ser diferente y esto puede conducir a un pensamiento original o a un comportamiento atípico. De hecho, muchas veces el rendimiento escolar y el nivel de responsabilidad puede ser excepcional.
Por eso, es importante reconocer que los desafíos a enfrentar no son necesariamente académicos y van más allá de la adaptación del estudiante a la hora de tomar exámenes o tomar notas en el aula. Los autistas, lidian además con la discriminación, la transición a la universidad, la sobreestimulación sensorial, la adaptación a los cambios, y la interacción con compañeros y profesores (leer más en La vida universitaria siendo autista). Es frecuente que las personas autistas, conscientes de sus diferencias de comportamiento y formas de pensar, recurran al enmascaramiento y otras formas de camuflaje para protegerse del estigma, pasar desapercibidos, hacer amigos y evitar la atención negativa que se recibe por ser raro o diferente [2].
Un reto adicional para los autistas es el simple hecho de revelar el diagnóstico; pues todavía prevalece un importante estigma social, el desconocimiento de los propios derechos o el miedo a ser etiquetados [1] y acosados por otros compañeros o profesores, porque se cree de forma equivocada que el diagnóstico pretende eximir al alumno de sus obligaciones y desde la perspectiva del alumno se piensa que puede ser motivo de discriminación. En el balance de los resultados por experiencias previas negativas, es común que la identidad autista se mantenga en secreto.
Pero el ocultamiento consciente del diagnóstico en combinación con el enmascaramiento puede tener un alto costo para la persona pudiendo derivar en ansiedad, depresión, trastornos alimenticios, aislamiento social o abandono escolar.
Según estadísticas de la Universidad de California en Estados Unidos, se estima que entre el 0.7% y el 1.9% de los estudiantes universitarios son autistas [3]; en el Reino Unido se cree que la población estudiantil autista es del 2.4%[4]. Para dimensionar este hecho, empleando las estadísticas de la universidad pública más grande de México [5], cada año se suman al menos 500 personas en el espectro autista a una población estudiantil de poco más de 373 mil alumnos; ello podría significar que alrededor de 2,500 mil autistas forman parte de la comunidad universitaria. Estas cifras estimativas, son un supuesto sobre la cantidad de autistas posibles en el ámbito universitario (sólo de esa institución), pero la realidad es que no existen cifras precisas porque el diagnóstico no es declarado o bien porque la condición autista se desconoce por la persona misma (leer más en diagnóstico tardío).
También habría que considerar que el TEA no se restringe a la población estudiantil, sino también al profesorado y al personal de la institución. Por ejemplo, las expresiones neurodivergentes inciden en los procesos de entrevista, desempeño de las funciones y la relación con otros colegas y compañeros de trabajo, el mundo académico muchas veces suele ser altamente competitivo e implica una serie de fortalezas de tipo social que perjudican las evaluaciones al profesor sin que ello tenga que ver con el desempeño docente en sí.
Los enormes esfuerzos que hacen las personas autistas para adaptarse y pasar inadvertidos en la universidad contribuye a la idea de que el autismo sólo se asocia a situaciones incapacitantes que impedirían cursar estudios de nivel superior y que por tanto sería una rareza un autista universitario. Pero la realidad es que existe una alta probabilidad de que cualquier universitario tenga o haya tenido a un autista como compañero o profesor.
Un paso importante, es la visibilización de la condición y la sensibilización del total de la comunidad universitaria, y no solo del departamento especializado que atienda directamente al estudiante autista, empleando para ello información veraz y actualizada sobre el autismo y la neurodiversidad en general (leer más en ¿qué es neurodiversidad?).
Referencias