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Foto del escritorLiz Montejano Fluchaire

¿Hay autistas adultos?

Por ser una condición del desarrollo neurológico el autismo prevalece a lo largo de la vida del individuo. Aunque los signos más evidentes se suelan identificar en la infancia. Aunque las terapias y la implementación de ajustes razonables permiten desarrollar un mejor afrontamiento de los desafíos de la vida diaria, el cerebro autista está ligado a una neurobiología específica que resulta en una forma única de pensar, interactuar, comunicar y comportarse independientemente de la etapa de vida en que se encuentre la persona.


Manos de bebé y de anciano entrelazadas


De una etapa de vida a otra los resultados en la comunicación e interacción social, así como en la forma de comportarse y pensar presentan variaciones que complican el reconocimiento de características autistas en los adultos. En este grupo de edad, juzgar las deficiencias puede ser arbitrario, y los factores culturales y la adaptación de la persona a su entorno tienen roles importantes. En segundo lugar, bajo una presión social a largo plazo para adaptarse, algunos adultos con condiciones del espectro autista pueden desarrollar estrategias de afrontamiento o de camuflaje para ocultar comportamientos específicos en situaciones sociales[1]. Por esta razón, ha quedado atrás la creencia de que el autismo que es una condición propia de la infancia y en consecuencia los criterios diagnósticos se han actualizado indicando explícitamente:

 

·         Los síntomas pueden no ser evidentes hasta que las demandas sociales superen las capacidades limitadas (como en la adolescencia o la edad adulta)

·         Los síntomas pueden quedar enmascarados por estrategias aprendidas en etapas posteriores de la vida, y

·         El comportamiento que contribuye a un diagnóstico puede deberse a los antecedentes o a la presentación actual 

 

 

Esta visión más amplia del autismo se instauró en 2013 con la incorporación del concepto espectro al trastorno autista, lo cual significó integrar diagnósticos menos evidentes y/o severos pero que coincidían con las características nucleares del TEA autismo (leer más en “El autismo antes de ser espectro”). Así que padres de niños con nivel de autismo 1, encontraron un eco en el diagnóstico de sus hijos y eventualmente se percataron que se hallaban también dentro del espectro autista. Este fenómeno llamó la atención de los investigadores Lai y Baron–Cohen en el año 2015 y nombraron “generación perdida” al grupo de adultos nacidos antes de la década de 1990 que no habían recibido un diagnóstico[1].


gráfica de la generación perdida

La generación perdida es un grupo que lentamente ha ido descubriéndose autista a través de una búsqueda personal en los medios de información, sean medios masivos de comunicación o redes sociales. De hecho, se ha producido un desbalance entre la cantidad de adultos autistas y el número de profesionales de la salud mental especializados en Trastorno del Espectro Autista por lo que el autodiagnóstico se ha convertido en un recurso plausible.

 

Falta camino por recorrer para disolver la percepción única sobre el autismo en que hay “una discapacidad intelectual grave, pocas o ninguna capacidad de comunicación funcional, pocas relaciones sociales fuera de su familia inmediata y requieren cuidados constantes durante toda la vida [pues también existen] algunas personas con autismo que tienen inteligencia y habilidades lingüísticas promedio o superiores al promedio, tienen educación universitaria, tienen trabajos profesionales, están casados ​​o en pareja y tienen hijos”[2]. Se espera que en el futuro mayor cantidad de profesionales de salud mental adquieran el conocimiento para detectar personas Trastorno del Espectro Autista a fin de proporcionar tratamientos específicos para una forma de procesamiento de la información que difiere del esquema neurotípico (leer más en ¿Qué es neurodiversidad?).



REFERENCIAS



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