La idea de que las personas "neurológicamente diferentes" representan una nueva adición a las categorías políticas familiares de clase/género/raza proviene de la socióloga australiana Judy Singer quien en la década de los 90 direccionó sus estudios hacia personas hasta entonces etiquetadas como excéntricos y marginados sociales asociadas en el pasado al autismo de alto funcionamiento o el síndrome de Asperger, ya que dichas características coincidían con la condición tanto de su madre, su hija y posiblemente ella misma.
Judy Singer centró su interés en mapear el fenómeno emergente en términos sociológicos más que médicos, en respuesta a ser sensibilizada por los trabajos pioneros sobre discapacidad que señalaban que las formas de clasificar, controlar y regular el cuerpo se derivaban de la necesidad de satisfacer la demanda de la revolución industrial de trabajadores rápidos, eficientes y conformistas(1). Por eso, su marco de investigación se articuló a partir del Modelo Social de la Discapacidad (leer más en Modelos de aproximación al TEA).
En ese momento, gracias al internet, emergía el movimiento de autodefensa autista y también estaban cobrando impulso las investigaciones sobre el autismo como una condición del espectro hechas por Lorna Wing. Así que alimentada por este contexto, logró vincular los postulados de Antonio Gramsci y Rosemary Thomson acerca de la supremacía sobre otros o hegemonía, y sentar las bases de la neurodiversidad, al resaltar que la idea sobre normalidad está moldeada por el grupo social mayoritario o dominante. Al respecto, Judy Singer sostiene que el Espectro Autista como movimiento surgió a raíz de cuatro escenarios principales (1):
1. Transformaciones de las políticas identitarias como el feminismo, al que le atribuye una aportación importante porque se desmitificó la idea de que el autismo se debía a la crianza equivocada de ciertas madres.
2. Decadencia de la autoridad médica que imponía etiquetas inamovibles sobre discapacidad y poseía el control sobre el conocimiento y percepción, ya que el internet ha roto el monopolio de la información con el que la medicina afianzó su poder.
3. La resistencia a la psicoterapia por tener esquemas fijos sobre el desarrollo y comportamiento sin considerar una base tan claramente biológica.
4. El efecto del ethos (hábitos arraigados) en el consumidor, ya que el consumismo ha creado un público mucho más exigente y empoderado.
Desde esta plataforma y bajo el paraguas del espectro autista, algunos autistas empezaron a demostrar que existían otros patrones neurológicos y que ser 'Neurotípico' (personas con mentes no autistas) no era la única forma de ser. Así, se sembró la idea de que todos los cerebros son hasta cierto punto únicos, estableciendo la idea central de la neurodiversidad. Catherine Harmer, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Oxford, está de acuerdo en que todos los cerebros son diferentes. "Todos somos únicos... algo así como una huella dactilar", dice ella.
Sin embargo, la neurodiversidad como paradigma (conjunto de ideas asumidas que conforman la visión sobre algo) ha suscitado gran cantidad de malentendidos, primero porque se ha olvidado que el fundamento del concepto partió de estudios sobre personas anteriormente clasificadas como autistas de alto funcionamiento o Síndrome de Asperger (las que después fueron re etiquetadas como personas en el espectro autista nivel 1) y porque se ha señalado que(2):
1. La neurodiversidad es una forma natural y valiosa de la diversidad humana:
2. La idea del cerebro normal, saludable y con funcionamiento neurocognitivo correcto es una construcción cultural.
3. La dinámica social en relación a la neurodiversidad incluyen también dinámicas de desigualdad de poder social.
La neurodiversidad se enmarca dentro de los paradigmas sociales los cuales ayudan a moldear las normas o pautas de comportamiento de un grupo, pero también pueden generar desigualdad, discriminación o prejuicios (Capara); así que para un grupo un concepto puede ser aceptable socialmente, pero para otro grupo puede no serlo. De hecho, dentro del paradigma de la neurodiversidad, se pueden identificar dos corrientes: una asociada a una “sociedad ecológica” donde las mentes minoritarias se valoran a la luz de su nicho y se les ayuda a encontrarlo (postulados de Judy Singer y Blume) y otra que diferencia la diversidad neurológica como una manifestación de la diversidad genética del paradigma de la neurodiversidad que trata de no patologizar al autismo (no ver al autismo como una enfermedad). Este último enfoque, se aproxima a nuevos modelos sociales y nuevas formas de pensar acerca de la función y la disfunción(3); lo cual conduce a redefinir multitud de conceptos como lo típico, lo normal o la discapacidad.
Robert Chapman puntualiza que la neurodiversidad significa muchas cosas diferentes para distintas personas, aludiendo a que posiblemente ahí radique la cadena de malentendidos (leer más en Dos perspectivas, un espectro). Este investigador explica que el problema para definir neurodiversidad recae en evaluar y valorar las capacidades funcionales en relación a la noción de que la diversidad en sí misma es normal […] y siendo ese el caso, debe hallarse una manera de reconocer las diferencias en el funcionamiento de una manera que éstas no dependan de la noción de impedimento o déficit respecto a la norma de la especie humana; […] habría además, la necesidad de distinguir entre formas minoritarias de funcionamiento y patologías genuinas (3).
Según Chapman (3), la neurodiversidad es a la vez un concepto y un movimiento, que significará diferentes cosas en diferentes momentos ya que, conforme a la filosofía, es un objetivo móvil, es decir, un concepto que seguirá cambiando y “moviéndose” debido a las interacciones complejas entre aquellos que estén categorizados por él (neurotípicos y neurodivergentes), así como diversas instituciones relevantes a las que interpela y responde (psiquiatría, educación, etc.).
Referencias