Un cerebro social es capaz de regular los procesos fisiológicos fundamentales mediante un ajuste continuo del medio interno llamado alostasis, el cual es necesario para la supervivencia, el crecimiento y la reproducción(1). Este término fue propuesto en 1988 por Sterlin y Eyer, para explicar cómo el sistema fisiológico no solo responde al mantenimiento de la vida (homeostásis), sino también a los eventos del entorno como forma de adaptación (alóstasis).
Durante mucho tiempo se ha asumido que los animales sociales, como los humanos, nacen con un sistema cerebral que ha evolucionado para apoyar la afiliación social. Sin embargo, el equipo de investigación encabezado por Feldman Barret sostiene que la sociabilidad se adquiere en una edad temprana, es decir, no se nace con cerebro social sino que se desarrolla mediante una adaptación biológica(2). De esta forma, los animales sociales aprenden gradualmente a regular su propia alostasis y la de los demás mediante la comunicación social. Feldman Barret nombra a este fenómeno "plan coevolutivo" donde la fisiología del individuo está entrelazada con el entorno social.
Con la experiencia adquirida a través de la interacción social permite al cerebro ensamblar modelos predictivos que se constituyen en un sistema conceptual, un requisito previo para el desarrollo de habilidades sociales. La infancia entonces, es un periodo de entrenamiento para sobrevivir en el mundo social que demanda una gama diversa de situaciones. Para cumplir este cometido, el cerebro humano está organizado mediante redes anatómicamente conectadas y funcionalmente acopladas. Destacan de entre esas redes la red de saliencia y la red de modo predeterminado (también llamada red de mentalización). Estas dos redes están consideradas redes nucleares de dominio general en el sentido de que están constantemente involucradas en una variedad de fenómenos psicológicos, incluido el funcionamiento social.
Alteraciones en estas redes neuronales interfieren en la cognición social, es decir, en el conjunto de operaciones mentales que se derivan de una situación mental, tales como los procesos implicados en la percepción, interpretación, y generación de respuestas ante las intenciones, disposiciones y conductas de los demás. También afecta a la implementación de la alóstasis y su representación sensorial llamada interocepción; el cual es un sentido, menos conocido que el olfato o la vista por ejemplo, que ayuda a entender y percibir lo que sucede dentro del cuerpo.
Un cerebro neurotípico se vale de la inferencia para extraer el significado de la situación social a fin de crear expectativas y predicciones sobre lo que piensan, sienten y harán otras personas; permitiendo valorar la situación, elaborar juicios y tomar decisiones. Pero la conectividad neuronal excesiva (leer más al respecto en: hiperconectividad), característica en el TEA, conduce a una comunicación desordenada e ineficiente entre distintas regiones del cerebro que afecta tanto la cognición social como la interocepción. Las personas dentro del espectro autista topan con una serie de disfunciones cognitivas en el proceso de integrar la información, analizarla y darle un sentido que obstaculiza el proceso de elaborar un juicio y tomar una decisión para la ejecución de un funcionamiento social efectivo (3). Esas disfunciones cognitivas se resumen básicamente en:
-Alteración de la pragmática del lenguaje:
Dificultad para inferir la información que no es explícita (debido a que es sutil, depende de factores extralingüísticos o simplemente no está escrita) y que habilitan para reconocer las claves y normas sociales que regulan la interacción social.
-Alteraciones en el reconocimiento de emociones propias y ajenas (disleximitia):
Dificultad para identificar necesidades señaladas por la emoción, para diferenciar una emoción de otra, no sólo respecto a los propios sentimientos, sino también respecto a las emociones de los demás en sus voces, expresiones faciales, posturas.
-Déficit en las habilidades mentalistas:
Dificultad para atribuir estados mentales y emocionales en los demás a fin de anticipar comportamientos e intuir motivaciones; que repercuten en la identificación de personas o situaciones sociales riesgosas.
-Disfunción ejecutiva:
Aunque puede estar afectada la habilidad para planificar, elegir, diseñar, crear y mantener la información que es útil para el desarrollo de una tarea; la falta de flexibilidad cognitiva o habilidad para transicionar a un pensamiento o acción diferente en función de los cambios que se dan en cada situación, es la más significativa en términos de desempeño social.
La hipótesis del ‘error social’, considera que los desajustes en el comportamiento social de las personas con autismo contribuyen a exacerbar la ansiedad en el autismo (3). Este postulado indica que un cerebro neurotípico ejecuta o inhibe una respuesta con base a la valoración y de la información interpretada de un estímulo; pero es en esta fase donde se suelen generar las deficiencias en el procesamiento de la información social conocidos como "errores sociales".
Ejemplos de errores sociales
Los "errores sociales" cometidos por personas autistas son fruto de alteraciones en los procesos de cognición social, y comúnmente provocan un conflicto entre las expectativas y las demandas sociales cuya consecuencia puede ser ansiedad, confusión, agresión o enmascaramiento.
Se ha dicho que la alteración en la conectividad neuronal repercute en las habilidades sociales, pero también surgen a causa de alteraciones neuroanatómicas puntuales. Estos hallazgos han sentado las bases de la "hipótesis neurobiológica de la carga alostática", la cual propone que las reacciones instintivas a situaciones amenazantes generadoras de ansiedad y sus consiguientes respuestas regulatorias responden a un diálogo entre procesos de alerta (bottom-up) y de inhibición (top-down). La interacción entre estos procesos depende de la amígdala, la corteza prefrontral y el hipotálamo; y juntos determinan la capacidad de adaptación del comportamiento en cada situación específica y la capacidad para regular adecuadamente las emociones en la vida cotidiana.
Existe constatación de que la amígdala, presenta anormalidades estructurales y funcionales en cerebros autistas, muy similares a las observadas en casos de ansiedad, que conduce a un estado de hiperactividad de la amígdala (4). Su funcionamiento atípico incide en problemas para establecer contacto visual, dificultades para el reconocimiento facial y de las emociones que se reflejan en formas socialmente inadecuadas para mirar y relacionarse, pero también para percibir las interacciones sociales como amenazantes. Por eso se considera que las con TEA tienen un riesgo significativamente mayor de sufrir estrés, ya que las anomalías en la amígdala suponen un esfuerzo adicional en las personas autistas.
Tanto una hipótesis como otra ponen de manifiesto que, ante un déficit en la cognición social, se presenta una coocurrencia entre ansiedad y autismo. Esta revelación ofrece las bases para una mayor comprensión de manifestaciones autistas de ansiedad frente a situaciones cotidianas aparentemente inocuas.
Referencias
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